martes, 7 de septiembre de 2010

Huelgas de hambre y síntoma de estado. Dimensiones contra-éticas.


Ya hace 58 días se lleva a cabo una huelga de hambre por presos políticos mapuches en las cárceles de Chile. Se ha tematizado un tema invisibilizado parcialmente por/para la sociedad, y más bien por la acción concertada de los poderes hegemónicos, articularon un discurso de negación del mapuche, en su reivindicación política, en un conjunto de aparatos, instituciones, discursos, etc., dando como resultado un telescopio (donde solo un ojo puede observar) la forma del tratamiento del mapuche en la sociedad chilena.

Frente a esta situación, en donde el encarcelamiento, las medidas de poder, sujeción y subordinación, hacia el pueblo mapuche, por medio del derecho y la policía (en todas sus expresiones), y una larga cortina comunicacional, se intentó cerrar y consolidar, a la vez, la autoridad estatal en el aplastamiento total, sistemático y utópico, de la “condición subversiva” del pueblo mapuche. El disciplinamiento, el terror, la militarización, las formas en que se manifiesta la pobreza, la expoliación capitalista en la zona, la tortura, los procesos de acumulación originaria del capital, el arrebato de tierras, etc., son reconocidos procesos históricos en el desarrollo del desenlace que hoy conocemos como marco para entender una acción política tan decidida como una huelga de hambre.

La huelga de hambre consiste en el ejercicio conciente y decidido, que presenta una lucha no violenta, contra el poder que se interpreta como arbitrario, injusto e ilegitimo, en cuanto a la aplicación de la ley antiterrorista (proveniente de la dictadura militar de Pinochet), las contradicciones del doble procedimiento en la justicia civil y militar a los cuales el pueblo mapuche ha sido objeto.

Es en este punto en que pretendemos centrarnos en realidad, en la pregunta sobre ¿cómo la vida se pone cómo el último baluarte de la acción política sobre la cual el estado “no puede” intervenir? Y cómo este refugio del cuerpo en su animosidad y vitalidad, es el último reducto en que el estado se enfrenta a sí mismo con respecto al “control”.

En relación a esta discusión, creemos, se puede abordar con mucha más profundidad que el ejercicio que pretendemos realizar, pero creemos que es necesario llevarlo a cabo como un acercamiento por dos razones señaladas en varios comentarios, cargados de fantasía, sobre las características de la huelga:
1) Existiría una costumbre a ver morir por inanición que nos hace indiferentes a la acción política de los presos políticos: la idea de que la inanición se ha instalado como práctica material de parte del estado tiene sus argumentos y fundamentos, pero creemos que apunta a una dimensión mucho más escabrosa en el espacio simbólico, en donde la misma ideología produce un efecto práctico, como creencia instalada, con respecto al imaginario de la democracia y las concepciones articuladas/condicionadas por/en la relación sujeto-objeto.
2) La existencia de una intencionada locura suicida mapuche, como patología política, más que como expresión política: esto deslinda en el campo del fascismo, pero encuentra una apertura, la patología y la enfermedad, en señalar el principio de la vida como un imperativo categórico moral, en sentido kantiano, que en su goce (¡debes vivir!) se encuentra con la realidad de una vida colmada de resignación y castración (el encierro, la represión, la negación en síntesis) que hace que la vida no sea vivible ni vivida.

Sobre estas cuestiones hacemos referencia el concepto de síntoma, desarrollado por Zizek, aplicado sobre la construcción de esta contradicción inmanente en el que la existencia y aplicación de la ley terrorista se vuelve una paradoja para el estado que no puede superar ni asumir como aplazable en el marco de un conjunto de relaciones sociales, donde el estado pretende sostener la hegemonía del poder político, sin a la vez causar la idea de la no vida, sin convertirse en no estado. El renunciar a la vida no debe verse en este sentido como una actitud patológica del sujeto que desea alcanzar la muerte como goce, o el principio de muerte (en su expresión básica), etc., sino que se debe centrar en el espacio de las características simbólicas que impregna la relación entre la vida y la muerte, en función de la práctica real del vivir. Esto está detallado en la serie de análisis y estudios que dan cuenta de la realidad del pueblo mapuche en Chile y la Argentina, y en la manifestación de su espacio cosmovisión, su campo simbólico, etc., en donde se encuentran las particularidades de "lo mapuche".



En esta dirección no hay un giro ético que se haga cargo de la condición política de marginación sin poder tocar el síntoma del estado. Sino estamos en presencia evidente del sinthome lacaniano, en donde de forma cínica, sabemos lo que hacemos, pero aún así lo hacemos (Zizek), porque no renunciamos al goce (el estado y su seguridad) de forma de conservar absolutamente todo igual, por lo que la categoría terrorista y terror aparecería direccionada hacia otro imaginario ya constituido en el inconsciente social: en una conquista violenta y direccionada de la imaginación y del deseo.

Entonces vemos cuales son las contradicciones inmanentes que solo son propios de una expresión histórica del estado, en su forma, que es la que nos desvía de la discusión profunda con respecto a la naturaleza del estado, y que la misma Izquierda (socialista, comunista, revolucionaria, pero si el anarquismo) asume como una posición fundamental y como pregunta y tema concreto de la reflexión: ¿no posee el estado acaso una incapacidad estructural y orgánica de suprimir la ley antiterrorista porque esta es la única forma de blindaje con respecto a una política contra el estado?

La ley antiterrorista concebida en dictadura, el año 1984, pretendía señalar a los agentes y actores que cumplían un rol “subversivo” contra el estado, en cuanto atentaban a la forma orgánica del gobierno, en concreto, y no al estado en abstracto ¿o sí? La cuestión fundamental en el por qué la concertación no derogó la ley, por qué la condena se sigue ejerciendo, como pregunta teórico-política, versa sobre el porque la ley antiterrorista pertenece al campo en que el estado controla y subordina las formas políticas de expresión/acción, lo cual delimita el campo del imaginario social político, hacia las directrices discursivas del consenso en donde el estado se afirma en su principio ideológico que, en toda su expresión, opera con la naturalidad de quienes se llaman democráticos. Se produce un fetichismo de “la democracia”.

Este falso reconocimiento en el principio de la democracia, recuerda el poder de la ideología como fuerza inmanente que, en la misma actualidad, hace que la huelga no sea tan solo un caso de la inanición como ejercicio al cual “estamos acostumbrados”, sino que obviamente, responde a una de las características básicas de la ideología, que asegura que actos políticos como el de los presos políticos mapuches, en su radicalidad, se han tratados como marginales, y no sustentados en el universo simbólico de “lo democrático”. Esta operación encubierta, tendría su éxito si es que la vida no fuese ‘amenazada’, ya que involucraría un nuevo síntoma, que se grafica en la clásica pregunta cotidiana ¿cómo es posible que el estado deje morir a estas personas? Sustentada en la creencia de la costumbre y la costumbre de la creencia: un fetichismo de “la vida”.

Esto involucra tácitamente, en un plano de lo Real, la concepción con respecto al punto de lo que queremos y no queremos, sin ser conscientes realmente de ello. Hay una resistencia y una tensión de parte de un sector de la población que apela a lo democrático del estado, sin renunciar a la propia condición del estado (capitalista, burgués, patronal, neoliberal etc.), por lo que su conflicto con la ley anti-terrorista muestra y desnuda una opción ética-cínica del estado en el “yo” y el “yo” en el estado: si desaparece la ley antiterrorista el terrorismo hará lo que quiera con el estado, y yo (en relación de identidad con el estado) no estaré seguro (del otro). La democracia, vida y seguridad se articulan como fantasía.

Esto se gráfica en lo que la ley antiterrorista entiende por “delito terrorista”, el cual es un delito (como cualquier otro) que apunta a la finalidad de ejercer un “temor justificado”. Aquí el temor-terror se relacionan como parte de la construcción del imaginario del miedo neurótico y del miedo real. ¿No es acaso a dónde apunta la ideología profundamente al naturalizar este miedo, haciéndolo perceptible y justificado en lo real (en el otro)? ¿No es a ello a lo que apunta el diputado Alberto Cardemil (RN) al horrorizarnos señalando que “el estado no puede renunciar a mecanismos de defensa importantes”? ¿No es acaso un problema con la autoridad y la apropiación simbólica de “lo violento” una forma de persuadir al miedo neurótico (en términos freudianos) a manifestarse? Seguro habrá quienes puedan explorar en profundidad y mayor detalle la relación subyacente entre miedo y terror.

Lo que resulta suceder es que invisibilizado el espacio político de discusión, de un tema real, es decir, la idea de estado, y entregado a las aguas de los intelectuales de derecha, la discusión sobre como opera esta “máquina democrática”, escapa por la ventana de los medios de desinformación social, para colocarlo en un espacio desplazado de lo político, en donde todas fuerzas sociales dominantes deben colaborar entre sí. Esta es la expresión de una mesa de diálogo y una serie de manifestaciones/declaraciones de buenas intenciones que veremos en la actualidad.

La huelga de hambre parece así convertirse en un jaque efectuado al centro del poder simbólico del estado, pero a la vez su confirmación debilitada. En el sentido contra-ético de la vida, (en su práctica de vivir) no hay cambios objetivos de parte del estado que acojan la autodeterminación de parte del pueblo mapuche, sin que involucren una fisura innegable de su vestimenta y muestren su desnudez. Es decir, como dice Subverso en Terroristas, la direccionalidad del terror y del terrorismo, los criminales y la criminalización, es la que se abre y se pone en cuestión como espejo de la sociedad, las contradicciones del poder político del estado y del capitalismo.

Lo contra-ético se plasma en ¿qué hacer con la vida, en el sentido de su “forma de vivir”, más allá de la huelga en sí? Porque ahí está contenida la expresión del más allá de la huelga, a la decisión, a la acción de llevarla a cabo, más que al acto en sí mismo.
Frente a esa pregunta se vislumbran 2 respuestas que dan a orígenes a tensiones de parte y presentes en distintos actores:
1) el estado debe hacer caso a la peticiones de los presos: el problema que está planteado y se exige es que se asuman las demandas de los presos políticos, pero ello, a la vez, involucra un ir más allá en cuanto implica entender una nueva forma de estado (porque la ley desaparece, pero el estado subsiste), en donde el estado, ya no se representa en la creencia en La Ley, sino que en la práctica de los ciudadanos conscientes, responsables, etc. sin la necesidad de una autoridad que preste la “seguridad a la democracia” (o al estado, recordar que es una ley de seguridad del estado que no se ha aplicado tan solo a mapuches sino también a colectivos y organizaciones anarquistas), ya que esta está asegurada en cada uno/a de nosotros/as. Por ello es cambio en el entenderse a sí mismo en/como el estado, lo que implica un cambio subjetivo en la relación de “ser estado”.
2) El estado no debe dejar que mueran, a través de todos los medios necesarios: aquí es donde se impregna el universalismo abstracto de cómo se piensa la vida como principio que escapa más allá del estado. En esta dimensión el refugio en el/del cuerpo como principio político se hace aquí innegable. La idea de delimitar el cuerpo expresivamente como arma política contra el estado, tiene las consecuencias sustentadas en la apología a la vida de la ideología universalista que sustenta el estado moderno, en donde el principio de la vida es irrenunciable. Esto conlleva y muestra en el escenario político actual el intento del estado de conservar paradójicamente la vida, luego de hacerla in-vivible en un supuesto paraíso.

De esta última respuesta se trata de abordar una superación a la esquizofrenia imperante a través del derecho y de la judicialización de la huelga de hambre. Las discusiones sobre si debiese existir un control legal que restituya el síntoma, lo incorpore y lo domine, como en el mismo caso del suicidio, por ejemplo, vuelven a adentrarnos en el plano de la otredad muerta, que <> como control represivo superyoico del “sentido de la vida”, replicando una sociedad zombies, satisfaciendo el goce de vida, y sin entender las dimensiones contra-éticas antes señaladas. Recordemos que el acuso de “incapaz de razón” provendrá del contenido vacío de la misma ideología que sustento el fascismo, pero también, de las nuevas formas de control, llamadas por Foucault, bio-políticas.

En cualquiera de los dos casos el síntoma ya se ha apoderado de la dimensión social, y es innegable el encuentro del estado con su negación (de la negación, claro). Mientras se intenta disfrazar al estado de protector de la vida y asegurador del diálogo, con toda la violencia simbólica correspondiente, en el otro carril corre a toda máquina el tren de la represión policial-legal-formal (con allanamientos, violencia policial, violación de la autonomía universitaria, control en las marchas, etc.). Al parecer los trenes apuntan a interceptarse en un choque traumático, y nadie pretende reducir la velocidad.

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